Recopilación realizada por Hna Francisca Esquius CM

“En medio de la tempestad, una voz procedente del seno del monte me dijo: ¡Hombre solitario! Huye, escóndete dentro de mi seno, entra en mis cuevas. ¿Qué haces afuera?” (Mis Relaciones 22, 9)
“A media noche salí de mi cueva para orar, según la ley que rige mis ejercicios”. (Mis Relaciones 17. 13)
“Hechos a mi modo y en aplicación a mis necesidades los actos de fe, esperanza y caridad, me retiré al interior de mi cueva para pasar allí la noche” (Mis Relaciones IV, 2)
“… me retiré a una montaña para aliviar mis penas en la soledad; escogí por casa una profunda cueva. Es mi costumbre, así que las tinieblas de la noche cubren la tierra, recogerme dentro en oración”. (Mis Relaciones VII, 1)
“Sal fuera de la cueva y adora a tu Dios. Salí fuera de mi cueva, y postrado en tierra adoré a Dios”. (Mis Relaciones 1, 4)

“Oprimido por el peso de mi propia miseria, iba por el monte solo. Y la llamé. Amada mía, Esposa mía, oh la más bella de las vírgenes, ¿dónde estás? Ven y no tardes, porque necesito de tu presencia. Por la noche vino, pero tan disfrazada que no la conocí; me habló, y no la ví; me dijo lo que me interesaba para su gloria, pero ya no advertí fuera ella. Se fue, me puse en oración y la volví a llamar. Pasaba por delante de mi cueva en Santa Cruz, y de dentro salió como una voz dulce y sonora; y era la voz de la belleza que buscaba. “Yo estoy aquí”, me dijo. ¡Oh qué dicha la mía!. – ¡Hermosa mía –contesté- ¿tú aquí? Feliz, ya lo tengo todo en ti. -¿Y no lo sabías? ¿Te olvidaste que yo había escogido por salón de nuestras vistas y comunicaciones esa cueva?. Sí, aquí te espero. Y yo no me atreví a entrar; pasé de largo. Y me paseaba por el monte y decía: “Oh, ella está en casa y me espera. Vengo, ya vengo, querida Virgen, ya vengo; soy indigno de ti, déjame arreglar”, y me preparaba con firmes resoluciones de servirla. Y así dispuesto, entré. La saludé con profunda reverencia. Y renovando mis votos, de nuevo me entregué todo a ella y ella a mí, y mi espíritu se unió al suyo y sentí ser los dos una cosa, y así quedé purgando de mis miserias. Y mi corazón, en uno de sus arrebatos de amor y fervor, le dijo: -Esposa mía, oh Iglesia santa, congregación de todos los santos unida a Cristo tu cabeza, Virgen pura, bella y hermosa, ¿cómo puedes agradarte y complacerte en cosa tan vil? Soy cosa tuya, abre tus brazos, corta mi vida, y recibe en tu casa entre tus brazos a este miserable pecador. – En esta cueva tengo mi casa. – Donde estás tú está el cielo.- Pues esta celda es tu cielo.- ¿Y aquí te hallaré?- Sí. Aquí, en la soledad de esta cueva me hallarás. – Bien, tengo el cielo en tierra y debajo tierra estando tú aquí. Acepta mis votos: Yo … renuevo mi profesión, y hago a ti voto de obediencia, castidad y pobreza, y te prometo observarlos fielmente hasta la muerte. – Yo los acepto, y con ellos y por ellos a ti. Prepárate mañana ya me daré a ti en el augustísimo Sacramento del altar”. (Mis Relaciones 3, 2-3)
“Terminada la misa. Me fui a mi cueva, cerré la puerta, y yo decía: “Mi cueva es para mí el cielo, el cielo es mi celda, mi celda es el cielo, porque aquí estás ahora tú, oh la más pura de las vírgenes”. (Mis Relaciones 4, 10)

“La soledad misma de esta cueva me infundía temor y sobresaltos; yo me temía a mí mismo, y mi propia sombra me espantaba. ¡Infeliz de mí, qué soy yo abandonado a mí mismo sin ti! Oh Paloma mía, ¿dónde estás? ¿estoy solo?. Yo bajaba hacia el fondo de este monte para humillarme a sus pies. Pasé por delante de mi cueva y me llené de terror; no entré, pero pregunté: «¿Quién hay dentro? ¿Qué es esto?. Seguí mi camino buscando la causa de mi terror; y llegando al fondo del torrente, me puse en oración”. (Mis Relaciones 4, 18)
“Herido de muerte mi corazón, me retiré a mi cueva. Ya estoy solo. ¡Oh soledad, cuánto vales! Ven, Amada mía. Oh Iglesia santa, recibe, Virgen bella, recibe en tu seno a este miserable mortal. Pasé la noche del 22 en una profunda meditación y en una pena muy amarga causada por la pesantez del espíritu y de la carne; y por la mañana me subí sobre la cima del monte de Dios”, (Mis Relaciones 9, 1)
“Por las noches estaré contigo en la cueva del profeta Elías, retírate aquí entre día, yo te esperaré allí sola, y en la soledad y silencio de la cueva te oiré”. (Mis Relaciones 9, 4)
“Apenas el monte había abierto su seno para recogerme en sus cuevas, Una voz grande, fuerte pero suave, amiga y dulce, se hizo sentir a mis adentros y a mi alrededor: -¿Estás solo?-me dijo la voz. –Solo contigo. ¿Eres tú mi Amada?- Lo soy. ¿Estás solo? –volvió a preguntarme. -¡Sí, preciosa soledad! Estoy solo en este monte. Los mares rodean y defienden sus pies que suben rectos y cortados hasta sus cúspides elevadas y sublimes. Estoy, Amada mía, solo y seguro de que ni durante la noche ni en el curso del día, moral alguna interrumpirá nuestra conversación: puedes hablarme, estoy atento a tu voz. Habla, paloma mía, habla”. (Mis Relaciones 22, 2)
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