Evangelio de Mateo 5, 13-16
Ilumine así vuestra luz ante los hombres, …

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
– Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si por casualidad la sal se volviera insípida ¿con qué se dará sabor a los alimentos? Ya no sirve para nada, sino para echarla fuera y que la pisoteen los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en la cima de un monte, ni se enciende una lámpara y la ponen bajo el celemín, sino en el candelero, para que ilumine a todos los que están en la casa. ¡Ilumine así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos!.
EMERGENCIA
Acabas de proclamar el manifiesto de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) y a reglón seguido dices a los que te siguen que son sal y luz.
Hemos escuchado tantas veces estas lecturas que quizás no nos estimulen, no nos pongan en pie, puede que parezca que no van con nosotros, no provocan una escucha sincera y comprometida.
¿Qué nos dices hoy desde lo alto del monte? ¿Qué nos dices hoy tecleando desde el ordenador tus palabras inquietantes: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?
Pero estamos sosos, incluso de bajón.
¿Qué nos dices desde el ambón?: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa”.
Pero estamos apagados, no hay conexión.
¿Qué nos dices desde las periferias del mundo? Periferias que no están lejos de nadie. Que están en la puerta de al lado (esto es del Papa Francisco) o a unas pocas estaciones de metro.
Pero estamos absortos en pantallas y a la espera del “metaverso”… hasta que sepamos en qué consiste.

Si nos regalamos un espacio de soledad y silencio, si dejamos de que la palabra invada y los pensamientos nos acosen, escucharemos tu voz en lo alto, en lo interno, a la derecha, a la izquierda, eclipsando el ruido ambiental, grosero, constante, idiotizante:
– ¡Esto es una emergencia! ¡Tan ciegos estáis que no lo veis! “Vosotros sois la sal de la tierra… La luz del mundo”. ¡Despertad, que no estáis solos!
Un grano de sal es poca cosa. Una pequeña vela, también. Todo lo grande empieza en pequeño. Nos llamas a unirnos en la emergencia de un mundo dividido, de una Iglesia dividida, de cristianos que, no caminan juntos sino enfrentados o, sencillamente desinteresados.
Nos llamas a aportar lo poco que somos como sal y como luz. Un pequeño grano de sal encerrado en un salero de poco sirve; una mínima vela en la noche de este mundo poco puede iluminar. Pero millones de pequeños granos de sal y millones de pequeñas velas encendidas… sería la estabilidad armoniosa del Reino de Dios.
¿Quién dijo utopía?… ¡Atrévete a soñar, hermano! ¡Da un paso hacia delante, hermana, y haz el “poco” que tú puedes hacer!
Atrevámonos a soñar…
Mari Paz López Santos
SI LA SAL SE VUELVE SOSA…
Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?

Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas, que en realidad solo son «iconos» que invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo», al que ella reconoce como «carne de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaran? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
LA SAL DA SABOR SIN SABERLO
La sabiduría que contienen las metáforas de la sal y de la luz radica en que ponen el acento en la desapropiación: la sal da sabor y la luz ilumina sin hacer ningún esfuerzo, sin proponérselo y sin presumir de ello. Y, sin embargo, son eficaces: si está en buen estado, la sal no puede sino dar sabor; si está encendida, la luz no puede sino alumbrar.
Todo se tergiversa cuando las palabras de Jesús se leen -como en tantas otras ocasiones- en clave moralista y voluntarista. Tal lectura da lugar a proclamas del tipo: “tenemos que ser sal, tenemos que ser luz”… El voluntarismo y la apropiación, incluso cuando nacen de la mejor voluntad, constituyen un alimento jugoso para el ego, que se fortalece así incluso con lo más sagrado.
¿Qué da sabor a nuestras vidas?, ¿qué las ilumina? Tal vez nos ayude a descubrirlo volver la vista hacia atrás y preguntarnos qué ha sido aquello que ha aportado sabor y luz a nuestra existencia. Seguramente nos aparecerán rostros con calidad de presencia amorosa que, sin aspavientos, supieron vernos, acogernos, escucharnos, ayudarnos, hablarnos…, sin ni siquiera ser conscientes de todo lo que nos estaban aportando en ese momento.
Si bien es cierto que no pueden separarse -de la misma manera que no puede separarse la sal del sabor-, parece claro que el acento no está en el hacer, sino en el ser. Y cuando es así, todo lo demás “se nos dará por añadidura”, diría el mismo Jesús.

Todo consiste en ser: en vivir en conexión y en coherencia con lo que somos en profundidad. Acallando los ruidos de la mente y las apetencias del ego, nos dejamos escuchar la voz del anhelo que clama en nuestro interior. Silencio del ego, aceptación, gratitud, paz, unidad: esas son las señales que nos permiten ver si estamos en el “buen lugar”, en el lugar donde -aunque no lo sepamos- somos sal y luz.
¿Desde dónde me vivo?
Enrique Martínez Lozano
(Boletín semanal)
Documentación: Liturgia de la Palabra
Documentación: Meditación
Documentación: Hechos para ser sal y luz
0 comentarios