En camino… hacia una vida unificada

En el silencio de la soledad, allí en esa “cueva” interior, en esa tienda del encuentro, Dios se hace presencia en el tiempo de oración, de trabajo, de estudio… Desde el punto luz donde la Palabra de Dios emerge en cada momento, la ermitaña acoge la ciudad con sus habitantes, uno a uno, y los introduce en el interior de su cueva. Allí, desde lo profundo, Cristo LUZ se manifiesta iluminándolo todo.
El P. Palau desde este lugar, Vallcarca-Penitents, vivía inserto en la red ciudadana, en todo su pluralismo, como en un oasis del Espíritu donde respiraba al aire de Dios. Silencio y soledad que acepta y respeta la diversidad de la vida ciudadana, y a la vez abraza sus inconvenientes: ruido, prisas y ajetreo. Es en medio de este fragor ciudadano donde Francisco Palau encontró sentido a su desierto en medio de la ciudad. Se trata de encarnarse, como semilla de esperanza, para que en la gran ciudad se vaya haciendo presente la necesidad de parar, de silenciarse por dentro… hasta llegar al encuentro con Dios en el más profundo centro. Desde este lugar el P. Palau escribió los mejores enfoques para su misión profética: “En la soledad y silencio de la cueva te oiré” (Escr. 827,4).
El silencio es el lenguaje del abandono; es el que da sentido a la palabra y nos lleva a la experiencia de la gratuidad. La intimidad del pensamiento y del corazón no se expresa con palabras. El silencio nos realiza en libertad; es la dinámica del equilibrio, es el grito de la cruz. Vivimos bajo el impacto de palabras, rumores vacíos, ruidos de máquinas, estridencias de los que pasan, desorden de un turismo frenético de masa, prisas, señales de circulación, publicidad por todos los rincones, paredes-grafitis… Todo un sin fin de algarabías. Urge crear espacios de silencio que permitan el encuentro con uno mismo y con los que nos rodean; es condición indispensable para poder salir del ruidoso túnel en el que nos encontramos, con la consiguiente pérdida de identidad. Superar el escollo del individualismo, recuperar las relaciones interpersonales auténticas, asumir una nueva forma de enfrentarse con la realidad… Todo eso pasa a través del silencio. “Dios nos oye cuando le hablamos en medio de un silencio completo” (Escr. 1055, 1).

El silencio es un tiempo y un espacio de donde salir para reemprender la comunicación. El silencio nos lleva a una tal conciencia de pertenencia y de solidaridad, que permite traspasar barreras ideológicas y diferencias de cualquier tipo. Alguien dijo: “la gran ciudad es el verdadero lugar de la soledad, del anonimato, del combate silencioso contra los nuevos demonios”.
La soledad y el silencio ensanchan el corazón y lo simplifican todo. “El amor a Dios trae al alma al desierto, a la soledad y al silencio. El amor a los prójimos trae al alma de la soledad y la vuelve al mundo para salvar al mundo” (P. Palau Cta. 99). El silencio y la soledad ahondan en espacios interiores que van abriéndose a la luz. Es un sendero de simplificación, gozosamente vivido en comunidad.

El desierto en la ciudad es una oportunidad que exige hacer un proceso no siempre fácil. En tiempos en los que a Dios no se le entiende, ni se le encuentra, ni se le comprende con facilidad, se hace imprescindible una pedagogía que nos ayude y nos confirme en nuestra fe. Para la vivencia del desierto en la ciudad es vital recuperar el abandono en Dios, aún en momentos difíciles y en experiencias de oscuridad… Tenemos que recuperar el valor y la bondad de las crisis, de las noches oscuras, de las luchas espirituales, para poder encontrarnos con Dios. Tenemos que desarrollar ojos nuevos para comprender que el desierto es un camino que lleva a la tierra de promisión. El Dios que se comunica en silencio reclama renuncia a la gratificación inmediata, a la fidelidad condicionada, al seguimiento con el éxito garantizado… El desierto es, entonces, una oportunidad para la “fe pura”. “Fomenta la luz interior, ella calentará tu corazón y dará fuerza a tus acciones” (Escr. 999, 7). Desde ahí se descubre cada día más, la fuerza de la oración y el gozo del silencio. La realización interior está en lo que aparece como “invisible”.
La vida eremítica urbana está impregnada de rasgos de soledad, oración, estudio y trabajo, con pequeñas presencias de servicio pastoral y social; Y todo abrazado desde un proyecto comunitario que respeta y acompaña. Es el contexto necesario para buscar el silencio, la paz, la mayor soledad posible y la discreción en el máximo grado alcanzable. La gran ciudad, con todas sus ventajas e inconvenientes, es el verdadero lugar de la soledad, del anonimato, del combate silencioso…
Este estilo de vida encuentra su porqué más profundo en la necesidad de responder a un reclamo interior; reclamo que, en el fondo, es vocación, llamada y atracción imperiosa a experimentar lo vivido por Francisco Palau, especialmente en los parajes de Vallcarca – Els Penitents. En ningún otro lugar unificó tanto su experiencia de ermitaño urbano, como en el desierto que él supo diseñar en pleno corazón de la ciudad. Vivir aparentemente “en el ruido” pero respirando espacios serenos, que permitan realizar el Proyecto Palautiano con dedicación y creatividad. Porque “La obra grande de Dios se labra en el interior” (Escr. 1077, 2).
Francisca Esquius cm
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