Del Evangelio de San Juan 18,1 – 19,41
Hoy la comunidad cristiana se reúne en todas las partes del mundo con inmenso respeto.
Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. También Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llegó allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:

«¿A quién buscáis?»
Le contestaron:
«A Jesús el Nazareno.»
Jesús les dijo
«Yo soy.»
Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó de nuevo:
«¿A quién buscáis?»
Le contestaron:
«A Jesús el Nazareno».
Jesús respondió:
«Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.»
Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.»
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco.
Jesús dijo a Pedro:
«Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?»
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro.
La muchacha portera dijo a Pedro:
«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
Él respondió:
«No lo soy.»
Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina.
Jesús le respondió:
«He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.»
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí dio una bofetada a Jesús, diciendo:
«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
Jesús le respondió:
«Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
Entonces Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás.
Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron:
«¿No eres tú también de sus discípulos?»
Él lo negó diciendo:
«No lo soy.»
Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo:
«¿No te vi yo en el huerto con él?»
Pedro volvió a negar y al instante cantó un gallo.
De la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua.
Salió entonces Pilato fuera hacia ellos y les dijo:
«¿Qué acusación traéis contra este hombre?»
Ellos le respondieron:
«Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.»
Pilato replicó:
«Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra Ley.»
Los judíos replicaron:
«Nosotros no podemos dar muerte a nadie.»
Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.
Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:
«¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús respondió:
«¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?»
Pilato respondió:
«¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?»
Jesús respondió:
«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.»
Entonces Pilato le dijo:
«¿Luego tú eres rey?»
Jesús le respondió:
«Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Pilato le dijo:
«¿Qué es la verdad?»
Y, dicho esto, volvió a salir hacia los judíos y les dijo:
«Yo no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?»
Ellos volvieron a gritar diciendo:
«¡A ése, no; a Barrabás!»
Barrabás era un salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y lo vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían:
«Salve, rey de los judíos.»
Y le daban bofetadas.
Volvió a salir Pilato y les dijo:
«Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.»
Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.
Pilato les dijo:
«Aquí tenéis al hombre.»
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
Pilato les dijo:
«Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro en él ningún delito.»
Los judíos le replicaron:
«Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.»
Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús:
«¿De dónde eres tú?»
Pero Jesús no le dio respuesta. Pilato le dijo:
«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?»
Jesús le respondió:
No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.
Desde entonces Pilato trataba de librarlo. Pero los judíos gritaron:
«Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.»
Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbata. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta.
Pilato dijo a los judíos:
«Aquí tenéis a vuestro rey.»
Ellos gritaron:
«¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!»
Pilato les dijo:
«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
Los sumos sacerdotes replicaron:
«No tenemos más rey que el César.»
Entonces Pilato lo entregó a los judíos para que lo crucificaran.
Tomaron, pues, a Jesús. Y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.
Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: Jesús el Nazareno, el rey de los judíos.
Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: No escribas:
`El rey de los judíos’, sino: `Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos’.
Pilato respondió:
Lo escrito, escrito está.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed.»
Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.
Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo:
«Todo está cumplido.»
E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne- rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de allí. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.
Todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
DOS MADEROS
“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lc 23, 33)
Hoy miramos a Jesús en la cruz.
La cruz: dos maderos cruzados que se alzan mostrando al hombre que asumió las consecuencias de su modo de vivir. El justo, el pacífico y amoroso y por eso mismo, el molesto e incómodo para algunos poderes, porque puso en entredicho sus acciones y sus criterios.
Jesús, sintió la aspereza de la cruz. La madera era un material familiar para él. Un material conocido y manejado desde su infancia junto a José, y seguramente, lleno de recuerdos. Había aprendido a usar sus manos, acariciando la madera para conocer sus posibilidades, dándole forma, trabajándola y respetándola, y esos dos maderos, eran ahora su lugar para morir.

Pero quiero ver más allá de todo ello. No es un día para el dolor, la rabia o la impotencia. Quedarse ahí, sería despreciarlo. La cruz es parte del camino, si es el correcto. Porque la bondad, la paz y la justicia, aún en su existir pequeño y discreto, hablan a gritos a la cara de los injustos. La cruz, es un acto de Amor, por coherencia de vida, por fe sincera en un Reino para todos, por vivir pensando ante todo en los otros, por denunciar el desamparo de tantos.
Miramos hoy al Hermano Herido en la cruz, haciendo visibles a todos los heridos y crucificados del mundo, acompañados y sostenidos por el Amor de quien es FUENTE DE TODO AMOR.
Hoy es un día para agradecer ese Amor, y pido el valor y la fe para abrazarlo y vivirlo.
DOS MADEROS
Dos maderos que se cruzan sujetando sufrimientos
dos maderos que se cruzan enmarcando nuestros miedos
dos maderos que se cruzan gritando a los cuatro vientos
que la vida ya no es tanta si no viven los pequeños
Dos maderos que nos muestran que no sabemos lo que hacemos
dos maderos que enarbolan la sed de quien va muriendo
dos maderos que se abren también en abrazo eterno
de quien vive, ama y muere por hacer nacer el Reino
Dos maderos que se cruzan reclamando la justicia
dos maderos que se alzan sangrando por tantas vidas
dos maderos que señalan el perdón, la compañía
dos maderos que sostienen la fuente del agua viva
SON EL GRITO DE DOLOR DE TODOS LOS INVISIBLES
EL SILENCIOSO CLAMOR DE QUIEN TIENE EL ALMA LIBRE
SON ENTREGA Y CORAZÓN, SON DENUNCIA, SON PASIÓN
LO QUE VEO, NO ES LA CRUZ, SINO TU AMOR (BIS)
LO QUE VEO, NO ES LA CRUZ, SINO TU AMOR
Salomé Arricibita
Para descargar la canción pinche el siguiente enlace: Dos_maderos.mp3 y dele al botón derecho del ratón y guardar como…
DISCÍPULOS EN TIEMPOS DIFÍCILES
Este viernes santo es ciertamente especial. Recordamos la pasión y muerte de Jesús en un contexto en el que la muerte de muchos nos rodea de cerca o por lo menos no demasiado lejos.
La liturgia nos propone incorporarnos esta semana, como recordatorio vital, a la pasión de Jesús. ¿Qué puede significar para nosotros este viernes hacer memoria de la tortura y muerte de un hombre justo? ¿Quiénes lo han acompañado en este camino? ¿Cómo lo han hecho?

Los distintos personajes que propone el evangelio de Juan viven este itinerario hacia la cruz de manera diversa, cada uno según sus posibilidades y en función ya de una misión concreta.
Los discípulos Judas y Pedro aparecen, en la narración, desde una óptica muy difícil de entender. Judas lidera patrullas, guardias, soldados… y es el traidor. Pero Pedro también está bastante desorientado. ¿Qué hace Pedro con una espada? ¿Por qué corta la oreja derecha a un soldado? ¿A qué viene este uso de la violencia en este discípulo y potencial líder de la Iglesia? ¿Qué ha entendido Pedro después de tanto tiempo de seguimiento de Jesús para actuar así? Y su modo de actuar no mejora a continuación: niega a Jesús tres veces.
Ante la escena de Pedro cortando la oreja, Jesús lo detiene y cura al soldado. Pero la explicación que da para no iniciar una batalla no deja de ser misteriosa: “El cáliz que me da el Padre, ¿no lo voy a beber?” Jesús entiende el devenir de su historia, aun cuando está llena de dolor y brutalidad, como parte de la voluntad de Dios. El cáliz representa la pasión y Jesús había dicho a Santiago y a Juan que ellos podrían participar de él. El cáliz evidentemente tiene un fuerte talante eucarístico y posiblemente el evangelista hace aquí una alusión a la sangre de Jesús en su acepción eucarística pero también vital y existencial de la entrega de la vida. Esta doble dimensión recuerda que la participación en el cuerpo de Cristo implica una vida que llegue hasta sus extremos en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Por otro lado, otro grupo formado por María (la madre de Jesús), la hermana de la madre, María de Cleofás y María Magdalena, aparecen como la nueva comunidad de fe que se reúne al pie de la cruz (Jn 19,25), y que recibe la sangre y el agua que brotan del costado, signo de la Iglesia sacramental. Comunidad de cuatro mujeres que se mantienen firmes y reunidas en torno a su Señor. El modelo de relación por excelencia es ahora de filiación en la que María, la madre, ocupa lugar privilegiado. Y el espacio ahora señalado para las comunidades, está bajo el “techo del discípulo amado”, como símbolo de mutua acogida del discípulo y la madre (Jn 19,27).
Las otras mujeres se mantienen firmes en la compañía y el seguimiento y los evangelios sinópticos cuentan que son las que se acercarán prontamente al sepulcro. Magdalena ocupará un lugar privilegiado en los relatos que siguen a continuación inaugurando el anuncio del “amanecer” que comienza por sus palabras dirigidas a Pedro y a un discípulo amado, quienes seguirán sus pasos.

Hemos señalado distintas vivencias del seguimiento de Jesús en su pasión. Y ha habido muchas otras maneras a lo largo de los siglos, a la que nos incorporamos, cada uno de manera personal y en función de la misión específica que hemos ido descubriendo en nuestra vida. En este tiempo en que la pasión de muchos se hace presente, recuperar nuestra misión concreta en torno al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte recobra importancia. Estar desorientado buscando por la fuerza soluciones imposibles, acompañar y cuidar el cuerpo de los moribundos, reformular las relaciones con los más cercanos… son algunas de las actitudes posibles. No alejarse es la clave.
Paula Depalma
PARÉNTESIS DE LAS MUJERES
Cuando el sentido común desaparece y el ambiente se crispa hasta el punto de ir contra la esencia de lo bueno, lo amable, lo respetuoso y lo empático, es cuando la espada se esgrime y comienza la bacanal de la violencia. En ese punto se desboca por dentro el deseo profundo de ser invisible.
Es el tiempo de los que aparecen, sin dar la cara, de los que manipulan desde el poder religioso: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Es el tiempo de la política religiosa manejando desde las tinieblas.
Cuando la violencia campa a sus anchas, surge la sensación interior de esfumarse sibilinamente: “No eres tú también de los discípulos de ese hombre”. ¡Ay, Pedro, querías que te tragara la tierra! ¡Tú, que levantaste la espada!: “No lo soy… no lo soy…”. Dos negaciones y una más, hasta que el gallo te despertó y viste de qué estabas hecho.

Quizás Jesús te vio cuando le llevaban de un lado a otro y sus ojos quisieron establecer contacto con los tuyos, buscando esa íntima comunicación de los que han vivido conversaciones sin palabras y complicidades a distancia que no necesitan sonidos. Pero tu cara debía ser una máscara desfigurada por el terror. Sin luz, sin vida… no pudiste aguantar su mirada y tus ojos tocaron el suelo.
A Jesús se le debió helar la sangre y una escarcha gélida oprimiría su corazón: ¡Pedro, hermano, tres veces me dijiste: “Señor, tú sabes que te quiero”!
Cuando la certeza de haber traicionado invade el corazón, éste se hace trizas y chorros de lágrimas brotan intentando lavar el miedo que llevó a negar a quien más se ama.
Cuando el poder político se asusta a la hora de impartir justicia, la de verdad, la que no se deja manipular poniendo oídos a los oportunistas… “si sueltas a ese, no eres amigo del César (…) no tenemos más rey que el César, es fácil matar a un Inocente y a millones.
Es entonces cuando se instaura el régimen del miedo y muchos desaparecen viendo que si al Maestro le hacen lo que le hacen, los que le siguen tendrán problemas. Eclipse de discípulos.
Cuando la injusticia, la sinrazón, la negación, la traición y la tortura llegan al culmen, se corona el monte Calvario.
Poca gente acompaña en la cima. Poca gente se deja ver en el espacio de las muertes injustas. Poca gente quiere salir en la foto de los miles de Calvarios que hoy hay activos en nuestro mundo. Son pocos los que no se ponen el disfraz de invisibilidad ante el sufrimiento humano y dan un paso hacia delante acompañando, ayudando, intentando salvar y denunciando situaciones, mientras asumen el gran peligro que corren.
¿Quiénes acompañaron a Jesús en el Vía Crucis y en el Calvario?
Un colectivo que no tuvo el impulso de pasar a la invisibilidad por miedo a lo que estaba ocurriendo. No tenían protagonismo alguno, ni derechos… eran invisibles todos los días.
¿Quién es ese colectivo que, en el orden social, sólo tenía a los niños detrás?: las mujeres. Y allí estaban “junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María, la Magdalena”.
Ellas abren un paréntesis desde lo que parecía el final de una maravillosa historia de Amor de Dios a la humanidad convertida en suplicio y muerte, que se cierra en poco después, en un extraño principio que parte de un oscuro y tenebroso sepulcro.
En ese paréntesis están las que, seguro, segurísimo, prepararon la Cena del Jueves y se quedaron recogiendo. Las que le siguieron en el Vía Crucis… mujeres anónimas que escucharon sus palabras a lo largo de los tres años de misión, mujeres que se sintieron consoladas, que recobraron su autoestima, que comprendieron que el Dios de Jesús, era el Padre del que hablaba.

Pero no olvidamos que “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba…”. Sí, el más joven, según dicen, el que no tendría tantos planes y expectativas en el futuro Reino, ni tanta voz y voto como los mayores; ese eligió el amor y llegó a pie de cruz, recibiendo el bello encargo de cuidar en su casa a María, madre de Jesús.
Juan se insertó en ese paréntesis donde todo parece trastocado, que sólo entra quien vive desde el Amor y la Fe, y al que muchos… ¿muchos?… todos estamos invitados.
Mari Paz López Santos
Documentación: Liturgia de la Palabra
Documentación: Vía Crucis en tiempos de pandemia
Documentación: Más humana… (F Ulibarri)
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