Virgen del Carmen

Del Evangelio de San Juan 19, 25-27

¡Estrella del Mar! ¡Stela Maris! ¡Flos Carmeli!

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena.

Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

«Mujer, ahí tienes a tu hijo».

Luego dijo al discípulo:

«Ahí tienes a tu madre».

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

El Cantar de los cantares (Cant 7, 6), Isaías (Is 35, 2), Amós (Am 1, 2), … hablan de la “belleza del Carmelo”, el Monte de María. Dios habla mucha veces en la montaña, desde la montaña. Parece que Dios sentía predilección por pregonar sus bandos desde sus cúspides: Sinaí, Tabor, Bienaventuranzas, Gólgota…

El monte Carmelo, la “Cordillera del Carmelo”, es fértil y fecunda en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el escenario donde encontramos al  profeta de Dios, Elías, el Tesbita. (1Re 18,19-46)

El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Había desviado su camino y corría tras los “baales”. Dios envió a Elías para castigarle. El profeta que, ardía en celo por el Señor, había anunciado que no llovería a lo largo de tres años. La sequía hundía en la pobreza a Israel que volvía a su Dios y pedia la lluvia a Yhave. Elías intercede por ellos y el Señor escucha su oración.

Está Elías en la cumbre del Carmelo, postrado en tierra y orando con fervor. Manda a su criado que mire hacia el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir y mirar y así hasta siete veces. A la séptima dice: «Divisase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar…» Tras la nubecilla, el cielo se cubrió de nubes y… llegó la lluvia.

Muchos autores han visto en esta nubecilla a María, humilde y pura, mediadora entre Dios y la humanidad, dócil a su Palabra, de oración callada y fe inquebrantable, y los carmelitas, desde los primeros ermitaños del Monte Carmelo levantaron allí una capilla en honor a María, la han visto como su Reina y Señora.

“Flor del Carmelo,
vid florida,
esplendor del cielo,
Virgen fecunda y singular, 
oh Madre dulce, 
de varón no conocida, 
a los carmelitas 
da privilegios, 
estrella del mar».

Todo el Carmelo está consagrado a María. En ella, la “nubecilla” elegida desde siempre por Dios, se ha escondido el Verbo eterno para dar la vida al mundo.

María es la “llena de gracia”, la “bendita entre las mujeres”. Como la lluvia para el pueblo de Israel, es «sacramento de la bendición divina» y un pequeño «gran signo» de Dios, que en ella “ha hecho grandes cosas”. Dios ha mostrado en ella su amor benevolente, haciéndola digna morada del Mesías, Hijo de Dios, “fruto bendito de su vientre”.

Pablo, en su carta a los Gálatas lleva nuestro pensamiento a María, aunque no la nombra:

“Cuando llegó la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su propio Hijo,
nacido de una mujer,
nacido bajo la ley…”
,

Palabra que oramos en la liturgia de las horas de Santa María en sábado.

Dios no ha dejado de “intervenir” en la historia de su pueblo y de la humanidad, de modo que ésta es, “historia de salvación”.

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, entra en la historia, es llegada la plenitud de los tiempos, el momento decisivo, el tiempo de gracia, el tiempo de salvación.

Este tiempo llega cuando Dios se hace carne en las entrañas de una mujer: María, la de Nazaret.

Y vamos del Carmelo al Gólgota después de pasar por Nazaret y Belén.

Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, representada por “su Madre” y por “el discípulo a quien amaba”.

María al pie de la cruz es madre de los hijos de Dios. María es la nueva Jerusalén—madre. Jesús, en sus últimos momentos se dirige a su madre: “He ahí a tu hijo”.

Después tiene palabras para el discípulo que tanto ama: “He aquí a tu madre”.

Es el discípulo “a quien Jesús tanto amaba”. En él, estamos los creyentes de todos los tiempos.

María es la madre universal, madre de todos aquellos que aman al Maestro y se dejan amar por Él. Juan, el discípulo amado, acoge a la Madre de Jesús como algo suyo. “Desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa” (eis ta idia = entre sus cosas), entre lo de más valor, entre lo más preciado.

Entre las “cosas propias” del discípulo amado encontramos sus bienes espirituales, los valores más profundos en la fe, las palabras escuchadas a Jesús por los caminos de Galilea, en los montes, junto al lago, en la casa del amigo,…, “entre sus cosas” la paz que el mundo no puede dar, el don del Espíritu…; “Entre sus cosas” ahora está María como el tesoro más preciado.

María, la que escucha la Palabra de Dios y la cumple, la fecundada por el Espíritu, la bienaventurada, la de la Alianza, la que abrió su vida a Dios y se abre a la humanidad para dárnoslo, una y mil veces, desde el amor.   

La pequeña esclava del Señor, la nubecilla, se da en lluvia fecunda; nos revela que Dios es Padre, que el Hijo nos redima, que el Espíritu nos fortalece desde el eterno AMOR de Dios.

De la mano de María que sostiene en las suyas el cuerpo de su hijo nos unimos a todos los crucificados, al dolor personal y social de nuestro mundo. No nos quedamos en el dolor, María es la mujer del Magnificat, es la madre que nos da a luz en el Calvario desde la fe, la esperanza y el amor.

Mª Victoria (Charo) Alonso

Flor del Carmelo (Canción a la Virgen del Carmen) 

Salve Marinera (Orquesta Rompeolas)

Documentación:  Liturgia de la Palabra

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