Del Evangelio de Mateo 10, 26 – 33
¡No tengáis miedo!
«Así que no les tengáis miedo, pues nada hay nada encubierto que no llegue a descubrirse, y nada reservado que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día, y lo que escucháis al oído, predicadlo en las azoteas.

«Y dejad de tener miedo a los que maten el cuerpo, pero el alma no pueden matarla; temed más bien al que puede destruir alma y cuerpo en la gehenna.
¿No se venden dos gorriones por un cuarto? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin permiso de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. Así que, basta ya de tener miedo: ¡Más que muchos gorriones valéis vosotros!
«Por tanto, todo el que ante los hombres declare su adhesión a mí, también yo declararé mi adhesión a él ante mi Padre que está en los cielos; pero el que me niegue a mí ante los hombres, también yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos.
EXPONERNOS A LA VIDA
Una y otra vez ibas por ahí intentando que entendieran, los primeros tus discípulos, que habían de ahuyentar el miedo de sus vidas. ¿Cuántas veces aparece la palabra miedo en los evangelios? Te preocupaba y te debe seguir preocupando.
Que nadie, por muy importante que parezca o mucho poder que tenga, nos inyecte el miedo en vena. Miremos de frente sin dejarnos intimidar, “porque nada hay encubierto que no llegue a descubriese, ni nada hay escondido que no llegue a saberse”. Pero hemos de tener claro a Quién escuchamos y de Quién nos fiamos.
“Lo que os digo en la oscuridad…” Esa oscuridad de la que nos hablas no es vacío denso y tenebroso de perdida de sentido, de límites comprimidos y asfixiantes. La oscuridad a la que te refieres es estancia sosegada, espacio para la escucha atenta. ¿Cómo si no vas a enviarnos a proclamar el mensaje “a la luz del día”? Y cuando el oído escuche el susurro de tu palabra, un grito será “propagado desde la azotea” sin que nadie pueda enmudecerlo.
Adviertes del peligro, “temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la ‘gehenna’, así se dice ahora, antes nos decían ‘infierno’, ese sórdido lugar de castigo eterno. Se diga como se diga, lo que está claro es que empieza aquí y ahora. Sólo hay que abrir los ojos y ver los efectos del Mal en el mundo.
¡Menos mal que seguiste hablando y seguramente con mirada compasiva y sonriente a los que te escuchaban!: “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”. Nos dices que nuestro Padre está profundamente atento, pendiente de nuestra vida, con los errores, los desvíos, las incongruencias, la estupidez, los arrepentimientos, las alegrías, los abrazos, los buenos propósitos y las ilusiones.

Como broche de oro, a la tercera: “No tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones”. ¿Será por eso que nos envías a dar testimonio de Ti de forma tan seria?
Decía Sergio Delmar *, misionero del Espíritu Santo: “A lo mejor lo que realmente necesitamos en esta vida es exponernos a la vida sin miedo” (…) “que tengáis el valor, la disposición y la transparencia de espíritu para que os pongáis al sol y a la vida, sin paranoias y sin miedo”. Amén.
Mari Paz López Santos
(*) Del libro EL SONIDO DE LA LUZ, Sergio Delmar Junco, págs. 198 y 199
APRENDER A CONFIAR EN DIOS
Estoy convencido de que la experiencia de Dios, tal como la ofrece y comunica Jesús, infunde siempre una paz inconfundible en nuestro corazón, lleno de inquietudes, miedos e inseguridades. Esta paz es casi siempre el mejor signo de que hemos escuchado desde el fondo de nuestro ser su llamada: «No tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones». ¿Cómo acercarnos a ese Dios?

Tal vez, lo primero es detenernos a experimentar a Dios solo como amor. Todo lo que nace de él es amor. De él solo nos llega vida, paz y bien. Yo me puedo apartar de él y olvidar su amor, pero él no cambia. El cambio se produce solo en mí. Él nunca deja de amarme.
Hay algo todavía más conmovedor. Dios me ama incondicionalmente, tal como soy. No tengo que ganarme su amor. No tengo que conquistar su corazón. No tengo que cambiar ni ser mejor para ser amado por él. Más bien, sabiendo que me ama así, puedo cambiar, crecer y ser bueno.
Ahora puedo pensar en mi vida: ¿qué me pide Dios?, ¿qué espera de mí? Solo que aprenda a amar. No sé en qué circunstancias me puedo encontrar y qué decisiones tendré que tomar, pero Dios solo espera de mí que ame a las personas y busque su bien, que me ame a mí mismo y me trate bien, que ame la vida y me esfuerce por hacerla más digna y humana para todos. Que sea sensible al amor.
Hay algo que no he de olvidar. Nunca estaré solo. Todos «vivimos, nos movemos y existimos» en Dios. Él será siempre esa presencia comprensiva y exigente que necesito, esa mano fuerte que me sostendrá en la debilidad, esa luz que me guiará por sus caminos. Él me invitará siempre a caminar diciendo «sí» a la vida. Un día, cuando termine mi peregrinación por este mundo, conoceré junto a Dios la paz y el descanso, la vida y la libertad.
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
NI MIEDO A HABLAR, NI MIEDO A MORIR, Y VALOR DE CONFESAR A JESÚS
El evangelio del domingo pasado recordó la elección de los doce discípulos y el comienzo del discurso que Jesús les tiene antes de enviarlos de misión: destinatarios a los que deben dirigirse, tarea a realizar, gratuidad. La liturgia prescinde de la extensa sección central del discurso, sobre la oposición y persecuciones que encontrarán, y el valor y generosidad que deben mostrar en las dificultades (Mt 10,16-42). El fragmento elegido para este domingo podemos dividirlo en dos bloques: no tener miedo de que te maten y tener valor para confesar a Jesús. Quien piense que esto sólo tiene interés para la comunidad de Mateo, hace veinte siglos, debe recordar algunos mártires contemporáneos.
Mártires del siglo XXI
5 de octubre 2003. Annalena Tonelli, voluntaria católica italiana. Trabajó durante 33 años en África atendiendo a los refugiados. Asesinada en su hospital por un somalí armado.
2005. Dorothy Mae Stang, misionerade las Hermanas de Nuestra Señora de Namur, estadounidense, nacionalizada brasileña. Asesinada por un sicario por orden del lobby ganadero y agrícola.
5 de febrero de 2006. Andrea Santoro, sacerdote católico, asesinado en la iglesia de Santa María en Trebisonda, Turquía.
17 de septiembre de 2006. Leonella Sgorbati, monja italiana de las Misioneras de la Consolata, asesinada en Somalia.
12 de marzo de 2008. Paulos Faraj Rahho, Arzobispo de la Iglesia católica caldea de Mosul, Irak. Secuestrado y asesinado por islamistas.
31 de octubre de 2010. Ataque a la iglesia cristiana de Bagdad, que dejó al menos 58 personas muertas, incluyendo 2 sacerdotes, y otros 75 heridos, después de que más de 100 feligreses hubieran sido tomados como rehenes.
2 de marzo de 2011. Político católico, asesinado por su oposición a la ley de la blasfemia, una herramienta de violencia contra las minorías, especialmente contra los cristianos.
7 de abril de 2014. Frans van der Lugt, jesuita francés, asesinado en Siria a los 75 años de edad.
26 de julio de 2016. Jacques Hamel, sacerdote francés, asesinado durante el atentado de la iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray de la que era párroco auxiliar.
29 de octubre de 2019. Paul McAuley, misionero de los Hermanos de La Salle, activista ambiental, hallado muerto en la comunidad estudiantil intercultural «La Salle», en Iquitos, Perú.

No tengáis miedo a hablar ni a morir (Mt 10,26-31)
En el primer bloque llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.
Tened valor para confesarme (Mt 10,32.33)
El segundo bloque trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús. Cuando a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le denunciaban a alguno como cristiano, le preguntaba tres veces si lo era, amenazándolo con castigarlo en caso de serlo. Según los momentos y las regiones, el castigo podía ir de la pérdida de los bienes a la cárcel, incluso la muerte. Para animar en ese difícil instante, el argumento que usa Jesús no es el del temor a Dios, sino el de su posible reacción “ante mi Padre del cielo”: me comportaré con él igual que él se porte conmigo. Recuerda la máxima: “La medida que uséis, la usarán con vosotros” (Mt 7,2).
Resumiendo
En el primer caso, a quien deben temer los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.
Cuando se piensa en los asesinatos de cristianos en Siria, Somalia, Perú, Brasil, y otros países, quienes vivimos en una sociedad con libertad religiosa podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a los cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
Jeremías, apóstol y anti-apóstol (Jeremías 20,10-13)
La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. Jeremías era natural de Anatot, un pueblecito a 4 km de Jerusalén (hoy queda dentro de la ciudad moderna). En un momento de grave crisis política, cuando los babilonios constituían una gran amenaza, el pueblo puso su confianza en el templo del Señor, como si fuera un amuleto mágico que podría salvarlos. Jeremías, en un durísimo discurso, denuncia esa confianza idolátrica en el templo y anima a la conversión y a cambiar de conducta. De lo contrario, el templo quedará en ruinas. Este ataque a lo más sagrado le ganará la crítica y el odio de todos, empezando por sus conciudadanos de Anatot, que traman matarlo.
La reacción del profeta se ha elegido como ejemplo concreto de las persecuciones que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.
Nota final
Un comentario a todo el discurso de misión puede verse en J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz. Verbo Divino, Estella 2019, 194-212.
José Luis Sicre
Documentación: Liturgia de la Palabra
Documentación: A ti te entrego las llaves – F Ulibarri
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