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XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

... lo que preparaste ¿para quién será?

Uno de entre el público le dijo:

–  Maestro di a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

Pero él le dijo:

–  Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor entre vosotros?

Y les dijo:

–  Atención y cuidado con todo tipo de codicia, porque aunque uno tenga de sobra, su vida no depende de los bienes que posee.

Y les dijo esta parábola:

– La finca de un hombre rico dio una gran cosecha; y pensaba para sus adentros:

–  “¿Qué haré?, porque no tengo donde recoger mi cosecha”.

Y dijo:

-“Voy a hacer lo siguiente derribaré mis graneros, edificaré otros más grandes y recogeré allí todo mi trigo y mis bienes; y diré a mi alma: Alma mía, tienes muchos bienes en depósito para muchos años ¡descansa, come, bebe, banquetea!.

Pero Dios le dijo:

– ¡Insensato! Esta misma noche van a pedirte el alma; y lo que preparaste ¿para quién será?.

Lo mismo pasará con el que atesora para sí, pero no va enriqueciéndose ante Dios.

CONTRA LA INSENSATEZ

Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.

En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.

Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.

El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.

En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).

Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.

Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.

José Antonio Pagola

COMPRENDER LA AVARICIA PARA PODER TRASCENDERLA

En un interesante libro sobre el eneagrama, describiendo el eneatipo Cinco, puede leerse: “Avaricia significa codicia, un poderoso deseo de adquirir. El impulso de un Cinco es, por tanto, coleccionar, acumular y ahorrar recursos, basándose en una sensación interna de vacío deficiente…”Y, citando a Claudio Naranjo, continúa: “«Se trata de una avaricia temerosa que implica la fantasía de que dejar escapar algo causaría un catastrófico quedarse sin nada. Podemos decir que tras ese impulso de atesoramiento se esconde una experiencia de empobrecimiento». Este es el estado de retención anal, el alma que retiene las cosas en vez de dejarlas pasar. La lógica interna es que si almacena, como una ardilla, lo suficiente, ya no se sentirá nunca más vacío, pero al igual que todos los intentos de llenar los agujeros de nuestras almas que resultan de la desconexión con el Ser, ninguna cantidad de reservas será suficiente para aliviarle la experiencia interna de escasez” (Sandra MAITRI, La dimensión espiritual del eneagrama. Los nueve rostros del alma, La Liebre de Marzo, Barcelona 2004, p.215).

Me parece que estas palabras de Sandra Maitri nos ayudan a comprender en profundidad la sabiduría que contienen aquellas otras de Jesús, ya que señalan expresamente dos claves imprescindibles: de dónde viene la avaricia, y cómo se resuelve.

¿De dónde viene la avaricia?

En el origen de la avaricia, parece haber un vacío afectivo, una experiencia temprana de inseguridad y, en último término, una desconexión de nuestra verdadera identidad.

El vacío afectivo “exige” ser llenado compulsivamente: es la fuente de la ansiedad, que se traduce en adicciones variadas –una de las cuales, puede ser el dinero o los bienes materiales-. En este sentido, la codicia o avaricia es el intento –estéril- de colmarlo.

Una experiencia temprana de inseguridad (económica), sin que necesariamente haya sido objetivamente real,ha podido desencadenar en el niño una angustia, de la que buscará protegerse a base del tener y del acaparar.

Más en profundidad, la avaricia, en cuanto necesidad ilimitada de acaparar, se explica –como todos los comportamientos egoicos- a partir de la desconexión de nuestra verdadera identidad. Lo que somos –en nuestra identidad profunda, compartida y no dual- es Plenitud. Pero, al haberlo olvidado, al ignorarlo, empezamos a vivirnos como seres separados y carentes, en lucha permanente y agotadora por paliar aquella carencia que creemos ser. Mendigamos migajas –“amasamos riquezas para nosotros mismos”-, sin reconocer que somos ya “ricos ante Dios”. (¿Cómo no recordar aquí el libro de GANGAJI, El diamante en tu bolsillo, Gaia, Madrid 2006?).

Para liberarse y trascender la avaricia

Será necesario un trabajo psicológico para elaborar el dolor escondido tras aquellas experiencias de vacío y de inseguridad, así como para modificar los mensajes que se grabaron a partir de ellas.

Pero habrá que comprometerse, también, en un trabajo espiritual sobre sí mismo, que permita salir del sueño egoico y de la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad, hasta reconocernos, de fondo, en la Plenitud que somos.

Tanto en un caso como en otro, quizás necesitemos de la ayuda de alguna persona competente. Pero parece indudable que, mientras no se cumplan estas condiciones –curar el vacío y la inseguridad, y reconocer nuestra identidad profunda-, no será posible vivir la palabra de Jesús, es decir, no podremos experimentarnos “ricos ante Dios”.

Porque “ser rico ante Dios” no significa haber “acumulado” méritos –de nuevo sale la palabra que le encanta al ego-, sino dejar caer nuestra falsa identidad, tomar distancia del ego y, acallada la mente, hacernos conscientes de la Plenitud que somos.

Cuando esto no se advierte, el voluntarismo por cumplir la palabra de Jesús conduce, no a lo que él vivía y anunciaba, sino justamente a un ego más inflado y separado, por más que ahora se autodenomine “religioso”. La experiencia nos dice que una mayor “religiosidad” no coincide con una mayor verdad de lo que somos.

                                                         Enrique Martínez Lozano

 

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