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XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Del Evangelio de San Mateo 18, 15-20

Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

—  Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 IGLESIA QUE UNE EL CIELO Y LA TIERRA

Dios Padre nos hace hermanos. El gran misterio del hermano y de la hermana es un don. Cuando uno se cree esto de verdad, entonces te duele la suerte del hermano, no hablas mal de él o de ella, te interesa lo que hace, su salud, sus iniciativas y expectativas. Somos hermanos y no terminamos de creérnoslo. Jesús quiere que nos demos cuenta de que, en la historia con nuestros hermanos, lo central es el amor.

Amor hecho perdón, reconciliación, acogida, comunidad. Amor que pasa por la corrección y por dejarse corregir, por el diálogo y la sinceridad. Amor que conduce a que los hermanos recen unidos, sueñen unidos, trabajen por los demás en comunión. Y el Padre los acoge, los abraza, los ama. La fraternidad es una preciosa expresión de las nuevas relaciones del Reino.

Es ese amor, que viene del Padre, hecho regalo por el Hijo y animado por el Espíritu, el que une el cielo con la tierra, así ya no hay un arriba y un abajo, sino comunión auténtica que no distingue separaciones, sino que se afana en una hermandad que no conoce fronteras. Comunidades en salida que sostienen el mundo.

Haz, Señor, que nuestra vida fraterna se constituya por una red de relaciones que construyan la comunión y visibilicen la unidad de tu Iglesia.

Dibu: Patxi Velasco Fano

Texto: Fernando Cordero ss.cc.

HABITAR EN UN ESPACIO CREADO POR JESÚS

Al parecer, a las primeras generaciones cristianas no les preocupaba mucho el número. A finales del siglo I eran solo unos veinte mil, perdidos en medio del Imperio romano. ¿Eran muchos o eran pocos? Ellos formaban la Iglesia de Jesús, y lo importante era vivir de su Espíritu. Pablo invita constantemente a los miembros de sus pequeñas comunidades a que «vivan en Cristo». El cuarto evangelio exhorta a sus lectores a que «permanezcan en él».

Mateo, por su parte, pone en labios de Jesús estas palabras: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». En la Iglesia de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres.

Reunirse en el nombre de Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y desde su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.

El centro de este «espacio Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir creciendo como discípulos y seguidores suyos.

En este espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la rutina y tan paralizada por los miedos.

Este espacio dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús.

José Antonio Pagola

Publicado en www.gruposdejesus.com

PERDONAR NO ES UNA OPCIÓN, ES UNA OBLIGACIÓN

Hoy, el evangelio de Mateo nos ofrece un texto singular que tiene en el trasfondo la necesidad buscar modos de afrontar los desencuentros personales y los conflictos comunitarios. El texto se enmarca entre dos parábolas cuyo tema es el perdón y la misericordia (la oveja perdida en 18, 12-14 y la del siervo perdonado que no aprendió a perdonar en 18, 21-35) ofreciendo de este modo un enfoque desde el que interpretar la normativa comunitaria que el relato plantea.

La comunidad de Mateo, asentada probablemente en Antioquia de Siria, vive un momento en que necesita dar forma a su vida fraterna y fortalecer sus vínculos como grupo para poder responder a los desafíos de su entorno y no fracasar en su seguimiento de Jesús. Son muchas las situaciones nuevas que han de afrontar como seguidoras/es de Jesús especialmente relacionadas con la conducta dentro del grupo y con el modo de estar con sus vecinos o familiares no cristianos.

Mateo sabe que el mejor criterio para afrontarlas con éxito es mirar a Jesús y preguntarse, como querría él que actuasen por eso, en la medida que va narrando la vida de Jesús y su mensaje, va incorporando referencias de conducta que puedan ayudar a sus hermanos y hermanas de la comunidad. El texto de hoy responde precisamente a eso, a ofrecer un marco de actuación que les permita resolver adecuadamente los enfrentamientos y desajustes en las relaciones personales, comunitarias y sociales.

La propuesta que hace el evangelista, sin embargo, no solo pretende articular un proceso de resolución de conflictos personales o grupales, sino que muestra un camino de actuación basado en el perdón gratuito. Mirando a Jesús entiende que no solo hay que señalar la culpa y buscar el arrepentimiento, sino que hay que actuar de modo que se priorice la sanación de la herida y se posibilite la reconciliación.

El diálogo personal, la escucha, la ausencia de juicio y la acogida comunitaria son las claves que permitirán que la ofensa no dañe la comunión y el cariño. Si no es posible el encuentro con quien nos ha ofendido, Mateo propone considerar a esa persona como un pagano o publicano (Mt 18,17). En principio parecería que eso podría significar una expulsión o un rechazo, pero no es así. Mirando a Jesús nos encontramos que para él los publicanos, los/as pecadores/as los paganos/as…son destinatarios preferentes, son los que más necesitan de su cercanía, de su comprensión y amistad. Ellos son la oveja que su Abba no quiere que se pierda (Mt 18, 12-14) y recuperarla sigue siendo un compromiso de la comunidad a pesar de todo.

La comunidad está llamada a acoger sin esperar nada a cambio, a perdonar sin condiciones, a fortalecer sus vínculos. Lo importante no es tener capacidad de atar o desatar, de tomar decisiones que cierren o abran caminos de encuentro y de futuro (Mt 18, 18), lo que cuenta es que eso se haga con los criterios de Jesús porque él es quien la ha reunido y la fortalece (Mt 18,19).

Previamente, Mateo había recordado otras palabas de Jesús en las que él definía quienes tenía que estar en el centro de las preocupaciones de la comunidad: todos/as aquellos/as que se podían identificar con los/as niños/as porque eran pequeños/as e indefensos/os (Mt 18, 1-7). Muchas veces esa pequeñez no significaba sencillez o inocencia, sino que venía unida a carencias, a situaciones dolorosas que les hacían errar el camino. Acoger al hermano o a la hermana con su vulnerabilidad era acoger a Jesús y seguirle por el camino. Restaurar la vida de quienes están heridos/as, sostenerlos en la comunidad dándoles tiempo a cambiar, abrirles espacios de escucha, acompañarlos es tarea de la comunidad. Tarea difícil pero ineludible, pues abandonar, juzgar, estigmatizar no entran en las reglas de juego de una comunidad que quiere seguir a Jesús (Mt 18,10-11).

Quien se reúne en nombre de Jesús de Nazaret siempre tiene abierta la puerta para escuchar, entender, perdonar, acoger…siempre sabe esperar con paciencia la vuelta de quien se ha alejado, siempre busca la manera de expresar el cariño en un abrazo, la incondicionalidad en un gesto, el perdón en una mirada limpia y entrañable.

Una utopía quizá… pero así es el mensaje del Reino, porque así es el corazón de Dios. Nunca hay excusas para la compasión y el perdón, nunca hay espacio para la desconfianza ni para el intercambio mercantilista (Mt 18, 27-35). Perdonar no es una opción, es el mandamiento. Si de verdad sentimos el amor y el perdón incondicional de Dios no podemos hacer otra cosa que perdonarnos de corazón unos/as a otros/as (Mt 18, 35).

Carme Soto Varela

 

¡QUÉ FÁCIL ES CRITICAR, QUÉ DIFÍCIL CORREGIR!

La formación de los discípulos

A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de las diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados:

Los peligros del discípulo:

                * ambición (18,1-5)

                * escándalo (18,6-9)

                * despreocupación por los pequeños (18,10-14)

 Las obligaciones del discípulo:

                * corrección fraterna (18,15-20)

                * perdón (18,21-35)

 El desconcierto del discípulo:

                * ante el matrimonio (19,3-12)

                * ante los niños (19,13-15)

                * ante la riqueza (19,16-29)

                * ante la recompensa (19,30-20,16)

De estos temas, la liturgia dominical ha seleccionado el 2, corrección fraterna y perdón, que leeremos en los dos próximos domingos (23 y 24 del Tiempo Ordinario) y el último punto del 3, desconcierto ante la recompensa (domingo 25).

La obligación de corregir (Ezequiel 33,7-9)

Al tratar de la corrección fraterna, es muy buen punto de partida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta. Si el profeta calla por comodidad o miedo, se le pedirá cuenta de su silencio.

El modo de corregir (Mateo 18,15-20)

En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos:

1) tratar el tema entre los dos;

2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos;

3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad;

4) si ni siquie­ra entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano».

Esta práctica recuerda en parte la costumbre de la comunidad de Qumrán. La Regla de la Congregación, sin expresarse de forma tan sistemática como Mateo, da por supuestos cuatro pasos:

1) corrección fraterna;

2) invocación de dos testi­gos;

3) recurso a «los grandes», los miembros más antiguos e importantes;

4) finalmente, si la persona no quiere corregirse, se le excluye de la comunidad.

La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana. Hay otra diferencia notable entre Qumrán y Jesús: en Qumrán se estipulan una serie de sanciones cuando se ofende a alguno, cosa que falta en el Nuevo Testamento. Copio algunas de ellas en el Apéndice.

Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué signifi­ca la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal («considéralo»), aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura.

¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.» La decisión adoptada por ellos será refrendada por Dios en el cielo.

Relacionado con este tema están las frases finales. Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón.

El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La correc­ción fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación.

El mejor modo de corregir: el amor (Romanos 13,8-10)

Los textos de Ezequiel y del evangelio suponen situaciones conflictivas en la comunidad; hablan de malvados y de personas que pecan. La carta a los Romanos también conoce el peligro del adulterio, el asesinato, el robo, la envidia… Pero no se centra en denunciar esos pecados, sino en fomentar la caridad. «Uno que ama a su prójimo no le hace daño». El que ama cumple toda la ley, y su amor puede ser el mejor modo de corregir.

Apéndice: la práctica de la comunidad de Qumrán

Nota: En el siglo II a.C., un grupo de judíos, descontentos del comportamiento del clero y de las autoridades de Jerusalén, se retiró al desierto de Judá y fundó junto al Mar Muerto una comunidad. Se ha discutido mucho sobre su influjo en Juan Bautista, en Jesús y en los primeros cristianos. El interesado puede leer J. L. Sicre, El cuadrante. Vol. II: La apuesta, cap. 15.

Los cuatro pasos en la Regla de la congregación

1) «Que se corrijan uno a otro con verdad, con tranquilidad y con amor lleno de buena voluntad y benevolencia para cada uno» (V, 23-24).

2 y 3) «Igualmente, que nadie acuse a otro en presencia de los «grandes» sin haberle avisado antes delante de dos testigos» (VI, 1).

4) «El que calumnia a los «grandes», que sea despedido y no vuelva más. Igualmente, que sea despedido y no vuelva nunca el que murmura contra la autoridad de la asamblea. (…) Todo el que después de haber permanecido diez años en el consejo de la comunidad se vuelva atrás, traicionando a la comunidad… que no vuelva al consejo de la comunidad. Los miembros de la comunidad que estén en contacto con él en materia de purificación y de bienes sin haber informado de esto a la comunidad serán tratados de igual manera. No se deje de expulsarlos» (VII,16-25).

Algunos castigos

«Si alguien habla a su prójimo con arrogancia o se dirige a él groseramente, hiriendo la dignidad del hermano, o se opone a las órdenes dadas por un colega superior a él, será castigado durante un año…»

«Si alguno habló con cólera a uno de los sacerdotes inscri­tos en el libro, que sea castigado durante un año. Durante ese tiempo no participará del baño de purificación con el resto de los gran­des.»

«El que calumnia injustamente a su prójimo, que sea castiga­do durante un año y apartado de la comunidad.»

«Si únicamente habló de su prójimo con amargura o lo engañó conscientemente, su castigo durará seis meses.

«El que se despereza, cabecea o duerme en la reunión de los «grandes» será castigado treinta días».

José Luis Sicre

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  Meditación – Contemplación

Documentación:  Plegaria

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