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XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Fiesta de la Exaltación de la Cruz.

Del Evangelio de San Juan 3,13-17

Católicos, ortodoxos y otras varias denominaciones cristianas celebran este día la Exaltación de la Santa Cruz. Se afirma que hacia el 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo.

Ella y su hijo Constantino hicieron construir, en el sitio del descubrimiento, la Basílica del Santo Sepulcro y la consagraron en este día en el año 335. En ella guardaron la reliquia de la ‘verdadera cruz’ de nuestro Señor.

Lo que nosotros celebramos en el día de hoy es el amor de Jesús, que dio su vida en la cruz, después de haber luchado, por una humanidad justa y solidaria, abierta a Dios.

Es un día de meditación y agradecimiento.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

MIRAR CON FE AL CRUCIFICADO

La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?

Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.

Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.

José Antonio Pagola

AMOR HUMANADO

Parte del texto de hoy lo hemos leído en la fiesta de la Santísima Trinidad. Pero hoy está referido a la cruz. Esta referencia se ve en la alusión a la serpiente de bronce, que Moisés elevó en el desierto. El libro de los Números nos cuenta que el pueblo murmuró contra Dios y contra Moisés. Yhavé los castigó y  envió  serpientes muy venenosas. Les mordían y moría mucha gente de Israel. Cuando el pueblo se arrepintió, Moisés intercedió por él. Dios le mandó fabricar una serpiente de bronce y colocarla en un mástil. Y los que recibían  una mordedura, si miraban la serpiente de bronce, quedaban curados (21,4-9). El evangelio de Juan vio en este relato una sugerencia oculta de la cruz de Jesús. Lo dicen expresamente los versículos 14-15: “Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna”.

La elevación del Hijo del hombre es la elevación a la cruz. Para el cuarto evangelio, la elevación de Jesús no se realiza solo en la resurrección, sino que empieza con la crucifixión. El título de la fiesta de hoy habla de elevación cuando dice: Exaltación de la Santa Cruz. Las personas que miran a la cruz y creen, no mueren.

Pero la muerte de Jesús está hoy domesticada. El crucifijo se ha convertido en una imagen normal y corriente en los países de tradición cristiana. Aparece no sólo en los templos, sino también en los despachos. Personas poco cristianas pueden tener un crucifijo en su escritorio. Empresas y actividades negativas para con los derechos humanos, pueden colocar un crucifijo en el despacho del jefe. Las cadenas con crucifijos se ven en el cuello de cualquier persona. El crucifijo ha llegado a ser un elemento decorativo.

En realidad, todo el mundo se ha apoderado del crucifijo. Y hemos acabado transformándolo en un signo vacío. Hemos olvidado el significado escandaloso y provocativo que tuvo en los orígenes del cristianismo, cuando resultaba inconcebible que su fundador y líder fuera un hombre ajusticiado en la cruz.

Es preciso recuperar la fuerza primitiva de la cruz. Para ello nada mejor que aclarar lo que supuso la muerte de Jesús para sus contemporáneos, judíos y romanos. La cruz expresaba un fracaso, una humillación terrible, una degradación; y era algo sin sentido, una inmensa estupidez, cuando los cristianos declaraban que su fundador y líder era un crucificado. De ese escándalo participó el mismo Pablo, hasta que se convirtió. La fuerza de la cruz está en la lucha de Jesús por la humanidad rota y la sociedad corrompida, que fue la causa de su condena. ¡Lucha de amor por la justicia y los derechos humanos! La cruz es el resultado de su vida.

Hay algo más que debemos resaltar. Este pasaje no hace la menor referencia a la teología de la expiación. No dice que Dios envió a su Hijo al mundo para que muriera en la cruz y de esa forma pagara por nuestros pecados. Esto es lo que habitualmente se nos enseña. Algunas veces aparece incluso en la liturgia. Es una visión distorsionada de la salvación. Y tiene un grave peligro: presentar a un Dios cruel y hasta vengativo, que exige la tortura y la sangre de su hijo para darnos el perdón de los pecados. Desechemos semejante explicación, que es terrorífica. El texto de hoy nos invita a ver a Jesús como el Amor humanado, que ha venido al mundo a mostrarnos el camino auténtico de la humanización, la solidaridad y la unión con Dios. Por eso es el líder de la humanidad. Y por su lucha de amor por seres humanos, lo llevaron a la cruz.

Patxi Loidi

La liturgia celebra hoy la Exaltación de la Santa Cruz. Por algo el mismo Jesús recuerda hoy el acontecimiento del Pueblo de Dios en el desierto. Nos recuerda cómo el Hijo del hombre también tiene que ser levantado en alto. Y nos recuerda que: También todo el que lo mira queda sanado de las heridas del pecado. Y nos recuerda que todo el que crea en el crucificado tiene vida eterna.

En un ambiente de muerte, como era el desierto, la serpiente levantada en el palo era signo de vida.
En un ambiente de muerte, también hoy, el Jesús levantado en alto, es señal de vida.
En un ambiente de muerte, también hoy, el Jesús levantado en alto es el mejor signo de cómo ama Dios al mundo.
En un ambiente de muerte, también hoy, Jesús levantado en lo alto de la cruz es señal de vida para todos los que creen en él.

No. Ni la Cruz ni el Crucificado son signos de sufrimiento. La Cruz y el Crucificado son signos:

De vida
De cuánto nos ama Dios.
Del deseo de Dios de que no perezca ninguno de los que creen en él.
De que Dios no es el juez que condena a nadie.
De que Dios no se hace juez de nadie.
Sino de que Dios se hace salvación.

La Cruz y el Crucificado:

Son la música del amor de Dios.
Son la música de cómo Dios nos ama.
Son la música de la vida.
Son la música, no del sufrimiento, sino de la salvación.

Donde unos ven sufrimiento, otros vemos amor.
Donde unos ven muerte, otros vemos vida.
Donde unos ven juicio de Dios, otros vemos salvación de Dios.
Donde unos ven todo oscuro, otros vemos al Crucificado como luz del mundo.
Donde unos ven silencio de Dios, otros vemos la música del amor de Dios.

¿Recuerdan aquella historieta jasídica que nos cuenta Coelho?

“Hoy conocí a un violinista. Tocaba tan inspirado por Dios que todos los que se acercaban a él terminaban por cantar y bailar. Yo hice lo mismo, y estaba alabando la Creación con mi alegría, cuando vi que se acercaba un sordo. Se puso a mirar al violinista y al público que bailaba. Al final, comentó en voz alta: “¡Qué indecente y grotesca es la agitación de esta bando de locos!”
Y concluyó Moshé Haim: Quien no sabe ni está dispuesto a escuchar la música de Dios, lo único que le queda como salida es considerarla inútil”.

Hay sordos que, al pie de la Cruz, no escuchan nada.
Hay sordos que, al pie de la Cruz, todo lo ven ridículo.
Hay sordos que, al pie de la cruz, todo lo ven grotesco.

Pero tampoco faltan quienes, al pie de la Cruz:

Descubrimos el misterio de la vida.
Descubrimos que la cruz humilla y levanta.
Descubrimos que la cruz revela el nuevo rostro de Dios.
Descubrimos que la cruz nos habla de muerte vencida.
Descubrimos que la cruz nos habla de amor.
Descubrimos que la cruz nos habla de lo importantes que somos.

Y algunos, tenemos la suerte de descubrir que Dios nos amó tanto que nos eligió y contó con nosotros y nos llamó a la vida sacerdotal.
El Viernes Santo vimos la cruz como el fracaso y la humillación humana de Jesús. Como el triunfo de los hombres sobre Dios.
Hoy la vemos como la Exaltación de Dios. Como el Dios que se manifiesta en lo alto de unos palos.

Hoy vemos el triunfo del amor de Dios sobre el corazón de los hombres.

Juan Jáuregui Castelo

Documentación:  Liturgia de la Palabra

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