Del Evangelio de mateo 26,14-27,66
…alboroto y alabanzas… …ruido y silencio… ….muerte y vida…

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:
-«Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédrnelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.»
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta:
«Decid a la hija de Sión: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila».»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
-«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
-«¿Quién es éste?»
La gente que venía con él decía:
-«Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.»
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La pasión según San Mateo de este Domingo de Pasión la puedes encontrar en el documento adjunto:
Liturgia de la Palabra

NADA LO PUDO DETENER
La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.
José Antonio Pagola

LA CRUZ Y EL SILENCIO DE JESÚS
Son varios los elementos llamativos de este relato de la pasión que hace Mateo:
1.- El interés por “culpabilizar” a las autoridades judías –y, paralelamente, “desculpabilizar” a las romanas- de la muerte de Jesús. Parece hallarse una doble intención de fondo: expresar el enfrentamiento con el judaísmo, ya frontal en los años 80, y no “molestar” a los romanos, bajo cuyo imperio se iban extendiendo las comunidades. A ello habría que unir, probablemente, la intencionalidad de dejar clara la inocencia de Jesús.
2.- La incoherencia del poder que, a pesar de tener clara la inocencia del reo, decide igualmente su condena.
3.- Las torturas padecidas por el condenado, que nos traen ante nuestra mirada a tantos hombres y mujeres torturados de tantas maneras a lo largo de toda nuestra historia humana.
4.- Las burlas de la autoridad religiosa, que recuerdan, por otro lado, las tentaciones que acompañaron la vida de Jesús.
5.- Las palabras que pone en boca de Jesús moribundo (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), que no habrían sido pronunciadas por él mismo, sino que recogerían el sentir del primer evangelista (Marcos), y que están tomadas del Salmo 22.
6.- Los signos apocalípticos que utiliza el autor para subrayar la trascendencia de esa muerte, vista desde su propia fe…
Sin embargo, en esta ocasión, lo que más ha “tocado” mi corazón ha sido el silencio de Jesús. Si exceptuamos aquellas con las que se inicia el Salmo 22, y que parecen ser una atribución del autor, de los labios de Jesús no sale una sola palabra. Incluso, en el interrogatorio a que lo somete Pilato, y ante la extrañeza de este, Jesús calla.
Existen, ciertamente, diferentes tipos de silencio: el impuesto, el mutismo elegido, el que expresa indiferencia, o cobardía, o incluso desprecio y descalificación del otro… No parece que el silencio de Jesús encaje en ninguna de estas categorías.
Personalmente, alcanzo a ver tres niveles en ese silencio: por un lado, es expresión de dignidad, propia de quien ha sido y es fiel a sí mismo; por otro, de confianza, característica de quien se sabe sostenido y fundamentado, más allá de las circunstancias cambiantes; y, finalmente, en una dimensión todavía más profunda, de sabiduría, es decir, de conexión con su identidad más honda.
Tanto la dignidad como la confianza no son difíciles de comprender, sobre todo, teniendo en cuenta que habían sido signos distintivos de la práctica y del mensaje del maestro de Nazaret.
Pero, ¿qué significa que ese silencio sea expresión de sabiduría? Los sabios y los místicos tienen algo que decirnos al respecto: para ellos, el silencio no es mutismo, sino condición necesaria para percibir en profundidad, es decir, para acceder a aquella verdad a la que el razonamiento no puede acceder. De hecho, todos ellos han hablado del vacío, de la oscuridad, del no-saber, del no-pensamiento…, como requisito previo al conocimiento más profundo.
No solo eso. El silencio, así entendido, no es únicamente ausencia de ruido, ausencia de pensamiento y ausencia de ego, aunque incluya todo ello. Es, básica y fundamentalmente, un estado de consciencia, Aquello que somos en profundidad, Eso que constituye nuestra verdadera identidad.
En este sentido, lo opuesto a “silencio” es identificación con la mente, y con la identidad que ella piensa: el ego. Desde aquí, vivimos necesariamente reaccionando a lo que ocurre, a lo que nos dicen o nos hacen, desde la perspectiva y los mecanismos propios del ego.
“Silencio” es otro nombre de nuestra identidad verdadera, aquella que no puede ser pensada, porque no es objetivable. Nos evoca la “Nada”, de Juan de la Cruz o de Miguel de Molinos, el Vacío del zen, o el sunyata del budismo.
Molinos se refería a ello con estas palabras: “Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te inquietarás… Oh, ¡qué tesoro descubrirás si haces de la nada tu morada!… Si estás encerrado en la nada, adonde no llegan los golpes de las adversidades, nada te dará pena, nada te inquietará. Por aquí has de llegar al señorío de ti mismo, porque solo en la nada reina el perfecto y verdadero dominio”.
Al conectar con nuestra verdadera identidad, tomamos distancia de la mente y de todos sus movimientos (mentales y emocionales), y se nos regala acceder a esa “Espaciosidad” sin fronteras que somos –pura consciencia de ser- y que muy bien se puede designar como “Silencio”.
Silencio es la morada del sabio: desde él se vive, o mejor dicho, permite que la Vida viva, se exprese y fluya a través de su persona. Por eso, no hay reacciones, sino sencillamente respuestas.
En todo el proceso judicial que habría de acabar en la tortura y el ajusticiamiento, Jesús vive en conexión con su verdadera identidad, en el Silencio, donde se siente a salvo y desde donde puede vivir incluso la mayor injusticia con ojos de confianza y de perdón hacia sus verdugos.
Enrique Martínez Lozano
SALMO 22
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?,
¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?
Dios mío, de día clamo y no contestas;
de noche, y no me haces caso.
Tú estás en el santuario, donde te alaba Israel.
En Ti confiaban nuestros padres,
esperaban y Tú los librabas;
a Ti clamaban, y quedaban libres;
y en Ti esperaban, y nunca quedaron defraudados.

Pero yo soy un gusano, no un hombre:
afrenta de la gente, despreciado del pueblo;
al verme, se burlan de mí, tuercen la boca, menean la cabeza:
“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,
que lo libre si tanto lo quiere”.
Porque fuiste Tú quien me sacó del vientre,
quien me mantuvo a salvo
en los pechos de mi madre;
a Ti fui confiado desde el seno,
desde el vientre de mi madre eres mi Dios.
¡No te quedes lejos, pues se acerca la angustia
y nadie me socorre!
Me acorralan novillos a manadas,
me acosan toros de Basán;
abren contra mí sus fauces,
como leones que destrozan rugiendo.
Estoy como agua derramada,todos mis huesos están descoyuntados;
mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas;
tengo la garganta seca como una teja,
y la lengua se me pega al paladar;
me has hundido en el polvo de la muerte.
Me acorralan mastines,
me cerca una banda de malhechores.Me taladran mis manos y mis pies,
y puedo contar todos mis huesos;
me lanzan miradas de triunfo,se reparten mis vestiduras,
echan a suertes mi túnica.
Pero Tú, Señor, no te quedes lejos,fuerza mía, apresúrate a socorrerme;
libra mi vida de la espada,
mi única vida de las garras del mastín;
sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos del búfalo.
Contaré tu fama a mis hermanos,en medio de la asamblea te alabaré:
“los que teméis al Señor, alabadlo;
glorificadlo, estirpe de Jacob,
temedlo, estirpe de Israel,
porque no miró con desprecio al humilde;
no le ocultó su rostro: cuando le pidió auxilió, lo atendió”.
Él será mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos en presencia de sus fieles.
Comerán los humildes y se saciarán,
y alabarán al Señor los que lo buscan:“¡No perdáis nunca el ánimo!”.
Lo recordarán y volverán hacia Él
todos los confines de la tierra,
todas las naciones se postrarán ante Él.
Porque sólo el Señor reina,
el gobierna a las naciones.
Ante Él se postrarán los grandes de la tierra,
ante Él se inclinarán todos los mortales.
Yo viviré para el Señor,
mi descendencia le rendirá culto,
hablarán de Él a la generación venidera,
contarán su salvación al pueblo por nacer,
diciendo: “El Señor actuó”.
Documentación: Liturgia de la Palabra
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