5º Domingo de Pascua

Del Evangelio de Juan 15, 31-35

Os doy un mandamiento nuevo

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

― Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).

Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

HIJITOS 

“Hijitos”… ¡Cómo me gustaría poder escribir esta escueta palabra con el sonido con el que fue dicha!

“Hijitos”… ¡Me lanza hacia atrás, al Jueves con mayúsculas, al momento donde el tiempo estaba en contra y las palabras habrían de sonar a suave melodía para nunca olvidar!

“Hijitos”… Me gusta esta traducción del texto, un toque tierno que sabe a minoría de edad, a curvatura protectora, a caricia de lo pequeño.

“Hijos míos”… es más vertical, tiene un no sé qué de preparación a la audiencia, de edad adulta.

“Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”Cabezas gachas. Respiración contenida.

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros”. Silencio. Atención. Confusión.

Sigue cálido e imperturbable: “Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros”. De golpe los recuerdos acecharon en todas las cabezas. Envidias, recelos, primeros puestos…

Un solo mandamiento, nuevo, flamante… que translucirá al exterior. Porque el amor de verdad, el amor del bueno, no necesita espectáculo.

Algo no está funcionando… y han pasado unos añitos desde aquel “hijitos” primero pronunciado para ser universal y eterno.

Antes de acabar, es justo no olvidar un detalle: que en el entrañable “hijitos” estaban las “hijitas”Cuidando. Escuchando atentamente para no olvidar nunca el suave susurro del silencio interior desde donde salió la pequeña palabra y el gran mandamiento.

Permanezcamos atentos, es también para nosotros.

Mari Paz López Santos
Feadulta 15 mayo 2022

UN ESTILO DE AMAR

Los cristianos iniciaron su expansión en una sociedad en la que había distintos términos para expresar lo que nosotros llamamos hoy amor. La palabra más usada era filía, que designaba el afecto hacia una persona cercana y se empleaba para hablar de la amistad, el cariño o el amor a los parientes y amigos. Se hablaba también de eros para designar la inclinación placentera, el amor apasionado o sencillamente el deseo orientado hacia quien produce en nosotros goce y satisfacción.

Los primeros cristianos abandonaron prácticamente esta terminología y pusieron en circulación otra palabra casi desconocida, ágape, a la que dieron un contenido nuevo y original. No querían que se confundiera con cualquier cosa el amor inspirado en Jesús. De ahí su interés en formular bien el «mandato nuevo del amor»: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».

El estilo de amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Solo piensa en hacer el bien, acoger, regalar lo mejor que tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Así lo recordarán años más tarde en las primeras comunidades cristianas: «Pasó toda su vida haciendo el bien».

Por eso su amor tiene un carácter servicial. Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no conocen el amor o la amistad de nadie.

Lo habitual entre nosotros es amar a quienes nos aprecian y quieren de verdad, ser cariñosos y atentos con nuestros familiares y amigos, para después vivir indiferentes hacia quienes sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Sin embargo, lo que distingue al seguidor de Jesús no es cualquier «amor», sino precisamente ese estilo de amar que consiste en acercarnos a quienes pueden necesitarnos. No lo deberíamos olvidar.

José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com

LA SEÑAL DEL AMOR

Es habitual que cada grupo trate de identificarse a través de algunos signos concretos: una bandera, un escudo, un hábito, un eslogan, un color, una actividad… En la sociedad de Jesús, los fariseos se distinguían por las filacterias de sus mantos, los esenios por vivir retirados en el desierto, los discípulos de Juan por la práctica del bautismo…

El Jesús del cuarto evangelio propone una “señal” universalmente válida, porque constituye la expresión más acertada de aquello que somos en nuestra identidad profunda. La certeza de no-separación (o no-dualidad) se plasma en la vivencia del amor. De ahí que la señal más característica de la comprensión o sabiduría sea justamente el amor desapropiado, gratuito e incondicional, que se traduce en compasión.

Se trata de una señal con validez universal, porque no nace de una creencia ni de una ideología, sino de la comprensión de lo que somos, o más aún, de la comprensión de lo que es la realidad.

No es, por tanto, una señal “religiosa” ni exclusiva de un grupo determinado, que con ella se diferenciaría de otros. Conecta con la sabiduría atemporal y señala un horizonte inclusivo, donde nadie queda fuera. Es una propuesta que propugna el final de todo sectarismo y enfrentamiento, que invita a desarrollar una mirada que sabe ver al otro en profundidad y que aboga por la fraternidad universal.

Con esta propuesta resulta fácil descubrir a Jesús de Nazaret como un hombre sabio, que sabe trascender cualquier tipo de particularismo social, cultural o religioso. No funda una “nueva religión” ni pretende poner en marcha una institución religiosa más -todo ello serán “creaciones” posteriores-, sino mostrar el camino de la sabiduría que ilumina la existencia humana y se plasma en la vivencia del amor. A partir de ahí, no resulta exagerado afirmar que Jesús no fue un hombre “religioso”, sino radical, universal y profundamente “humano”.

¿Cuál es la “señal” de mi vida?

Enrique Martínez Lozano
(Boletín semanal)

Documentación:  Liturgia de la Palabra

Documentación:  A modo de Salmo: Para Reposar

Documentación:  Meditación

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